domingo, 30 de enero de 2011

Una deuda del pasado

Bueno, con este título no es que vaya a hablar de política ni que me haya metido ahora a cobrador del frac, sólo que por estas fechas se cumplen 2 años de un viaje muy especial a la ciudad de París.
A penas comenzado el 2009, año algo especial por otra lado, mi hermano y yo volamos a la "ciudad de la luz" en plan guiri total. Realmente la semana que cogimos fue buena pues no llovió y recuerdo que pocos días antes había caído una gran nevada sobre la ciudad, pero salvo el frío evidente no tuvimos ningún problema mayor para poder recorrer de palmo a palmo todos los rincones de la parte histórica de la capital francesa.

Fueron unos días que supimos aprovechar al máximo porque las caminatas que nos dimos eran de órdago; lo importante era ver cosas, así que aprovechábamos a comer cerca de los sitios que visitábamos dejando ya la cena para el hotel. Por supuesto que los desayunos eran abundantes, como no podía ser menos para poder aguantar toda la intensa jornada y acumular calorías.

París es una ciudad ideal para caminar. Recuerdo no tener ninguna sensación de inseguridad por estar en una gran metrópoli (y por ser guiri), ni siquiera en el metro, que dicho sea de paso tiene mayores frecuencias que el de Madrid. Otra cosa era poder defendernos con el idioma: ni papa de francés, salvo los típicos "bonjour" o "merci beaucoup", así que nos defendíamos en un mal inglés o esperábamos que nos entendieran un poquito en castellano. Para las comidas la cosa era más complicada pues con frecuencia acabábamos pidiendo cosas que no sabíamos qué eran y es verdad, donde esté la comida española que se quiten las demás; demasiada verdurita hervida y con poco sabor o carne con patatas de 2º. El precio ni qué decir tiene que bastante más caro que en España, por supuesto.



Plaza de los Vosgos
 
Cada barrio tiene su encanto: el Marais parece una zona anclada en el s.XVII con sus calles estrechas y edificios abuhardillados. El Barrio Latino es universitario e intelectual, con sus viejas iglesias góticas y sus palacetes dieciochescos. La zona del Palais Royal y la Ópera guarda los recuerdos de un pasado glorioso y los concurridos Campos Eliseos son una avenida comercial y de glamour que acaba confluyendo en la Plaza de la Concordia, el centro neurálgico de la ciudad (y del tráfico también) donde antaño guillotinaron a diestro y siniestro (y no exagero).



Puente de Alejandro III
Visitar París no fue en mi caso antojo de un día. Verdaderamente fue una idea madurada durante años pero nunca consumada, una deuda del pasado, con mi propio pasado para ser precisos. Corría el año 1991 o 1992 y entonces estudiaba el último curso de la EGB. La asignatura que más me gustaba era la de Historia llegando a tal punto que en casa me podía pasar ratos largos mirando la enciclopedia para saber más sobre determinados personajes o periodos históricos. Pero cuando me impartieron el tema de la Revolución Francesa me quedé encandilado con todo y a partir de ahí me puse a rebuscar cosas sobre París: sus monumentos, su urbanismo, su historia en definitiva. Cualquier excusa era buena para saber más: un documental, un libro de la biblioteca o un mapa turístico de la propia ciudad. Todo, absolutamente todo, tenía un trasfondo histórico que me enganchaba. Así que entonces me conjuré visitarla cuando cumpliera los 18....... ¡¡¡Y al final fueron 13 años más!!!, pero este viaje me hizo recuperar parte de esa pasión y yo y mis conocimientos (desempolvados debidamente del cajón de los recuerdos) éramos los mejores guías para movernos por esa gran ciudad.

Visitar la melancólica Plaza de los Vosgos o la caótica Plaza de la Bastilla (donde apenas nada hace recordar los acontecimientos del 14 de Julio de 1789), atravesar la Plaza de la Concordia para adentrarnos en los históricos Jardines de las Tullerías o visitar el Museo del Louvre (con toda la historia centenaria que guardan sus muros) ofrece sensaciones que no son fáciles de expresar porque todo en ese viaje tenía un trasfondo histórico que conocía. Por ello, si un día visito Londres o Roma seguramente no me lleve la misma sensación de ellas.

París tiene mucho atractivo. Recomiendo un paseo en barco por el Sena al atardecer o ya de noche para comprobar la luminosidad de los monumentos, adentrarse en el patio interior del Palais Royal donde parece que se ha parado el tiempo, detenerse sin prisa a degustar un crep en una de las muchas creperías que hay al sur del Sena o divisar toda la ciudad desde lo alto del Arco de Triunfo (que es más grande de lo que parece) o desde la Torre Eiffel aunque no decidas subir al último piso. Y por supuesto, si visitas el Museo del Louvre no lo hagas al final de la jornada y con los pies agotados porque es inmenso y merece toda tu atención. Cualquiera de esas estampas habrá valido tu viaje porque estoy seguro que te costará olvidarlas durante muchos años.

En mi caso, un viaje especial a mi propio pasado que logré disfrutar a tope. Siempre he pensado que en los lugares especiales con momentos especiales se queda una parte de ti, cuales cenizas de los muertos que tras salir del crematorio son repartidas por el suelo, algo similar digamos pero en plan mucho más optimista. En París estoy seguro de que quedó algo de mí, solo que por esa vez juré regresar. Lo prometido es DEUDA.

Así que, à bientôt, Paris!

miércoles, 12 de enero de 2011

El AMOR según Campanella

Aquí estoy, lo prometido es deuda, y tras ver el grueso de la filmografía del director argentino Juan José Campanella me dispongo a realizar una pequeña sinopsis sobre el principal responsable del buen momento que atraviesa el cine que nos llega desde las orillas del Río de la Plata.

Desde hace unos años Argentina es mundialmente reconocible por la gran cantidad de futbolistas que reporta a nuestra Liga, por las salidas de pata de banco del Pelusa, por su inconfundible clase política (que se me entienda bien, xD) o por su inestable economía. La mayor parte de las noticias que vemos o escuchamos referentes a aquel país no son buenas, pero bien es sabido el nivel intelectual de su clase media y que ha suministrado a la Cultura universal unos cuantos referentes. Pues bien, creo que es hora de subir a Juan José Campanella al Olimpo cultural del nuevo milenio. Y ganar un Oscar no es que sea difícil, sí lo es en cambio emocionar a la vez a muchísimos espectadores de todo el mundo y Campanella no me cabe duda de que lo ha logrado.

Juan José Campanella (Buenos Aires, 1959) prosiguió sus estudios audiovisuales en EE.UU. y fue allí donde forjó su carrera de director con sus primeros proyectos (el más conocido es "El niño que gritó puta"). Sin embargo, ya en los años 80 le rondaba la idea de filmar una película con alma argentina a través de una historia de amor que abarcara varios años, y es así como llegó su primer gran éxito: "El mismo amor, la misma lluvia".

El mismo amor, la misma lluvia (1999)
La trama se centra en Jorge Pellegrini (Ricardo Darín), una joven promesa de la literatura argentina que vive de los cuentos románticos que escribe para una revista. Se enamora de Laura (Soledad Villamil) y lo mejor de la película es que podemos observar lo cambiante de su relación a lo largo del tiempo, sus encuentros y desencuentros a lo largo de casi 20 años mientras la dura realidad política y social del país va incidiendo en su propia realidad como personas.
Esta cinta supone la primera colaboración del director con Darín y ya es perceptible la química entre el actor y una aún joven Soledad Villamil. Pero no sólo están ellos delante de la cámara pues también aparece por ahí su otro actor fetiche, el espigado Eduardo Blanco, además de otros secundarios de solvencia que dan a la película un nivel actoral estupendo.
Francamente creo que éste es el mejor personaje que ha hecho Darín para Campanella. En palabras del director, "Jorge Pellegrini no deja de ser la personificación de esa Argentina que se embriaga de esperanzas para acabar hundida de nuevo, con las alas cortadas, como en una montaña rusa de espectaculares ascensos y dramáticos descensos".
Vemos cómo todos ellos cambian y cómo sus dignidad se achica con los años, pero no menos cierto es que pese a todo no falta el humor, a veces un poco cínico, la ternura, la sonrisa, mientras nos hace reflexionar sobre lo que significa madurar y enfrentarnos a nuestros propios miedos en la vida. Una historia pequeña pero con alma y poso que a mí me supo a cálida tormenta de verano (haciendo honor a su hermoso título).
Como curiosidad "El mismo amor, la misma lluvia" se exhibió en las pantallas de cine españolas tras el rotundo éxito de "El hijo de la novia" pese a ser un par de años anterior, pero es la que marca sin ningún género de dudas el estilo que caracteriza a la filmografía del director bonaerense y su cine de personajes.



El hijo de la novia (2001)
Sin discusión éste gran éxito de crítica y de público fue quien dio a conocer a su director en España. Además, la película obtuvo una nominación al Oscar como Mejor film de habla no inglesa. Un rotundo éxito para una película redonda y muy popular que ya foma parte de las filmotecas más selectas.
Se trata de un drama con tientes de comedia agridulce en el que seguimos el día a día de un hombre divorciado de mediana edad (Ricardo Darín) con muchas preocupaciones y cómo la decisión de su padre (un fantástico Héctor Alterio) de casarse por la Iglesia con su madre enferma de Alzheimer (idem Norma Aleandro) le hace replantearse sus prioridades.
Realmente estamos ante un canto al amor sin condiciones donde la sombra de ese padre enamoradizo y esa madre que ha perdido la memoria siempre está presente. Diálogos labrados en hilo de oro para hablarnos de las expectativas que ponen los padres en nosotros, del miedo al compromiso, de priorizar en la vida o del valor de los recuerdos (ese restaurante que guarda las mejores estampas familiares), pero sin rehuir tampoco una crítica mordaz a la Iglesia o al capitalismo en tiempos de crisis. Y todo ello, por supuesto, contado con ironía y sentido del humor mientras que la guinda en esta ocasión la pone Ángel Illarramendi con una banda sonora que nos hace zambullirnos en lo más profundo del alma humana.
Una cinta genial, como digo, y que gana mucho en un segundo visionado por el mero hecho de lo complicado que nos resulta a los de la península "pillar" todos los giros idiomáticos de los actores argentinos. Sólo es afinar el oído... y disfrutar.



Luna de Avellaneda (2004)
No lo tenía fácil Campanella para repetir el éxito de su anterior película, así que en esta ocasión apostó sobreseguro y contó con buena parte del equipo técnico y artístico de aquella. El resultado es una película sobre un club social y deportivo (el Luna de Avellaneda del título) que vivió tiempos de esplendor y languidece ahora por la falta de liquidez y por los cambios en los hábitos de la sociedad argentina del comienzo de milenio.
El argumento se centra en los miembros de la junta directiva mientras se nos narra a su vez los problemas del club y su pasado esplendoroso. El personaje de Darín (similar al de "El hijo de la novia") sirve de hilo conductor de la historia y se acierta al introducir un interesante debate sobre si el dinero puede comprar los sentimientos de toda una generación cuando los diversos socios deben votar la venta del Luna de Avellaneda para pagar las deudas contraídas con el Ayuntamiento.
Un lienzo de personajes y de sentimientos correcto pero con el inconveniente de su exceso de metraje y de que si ya has visto las películas anteriores del director te puede saber  a ya visto. Demasiados lugares comunes y demasiada trama paralela que no consigue plenamente reforzar la idea central de la película pero que cuenta con un buen final y unos créditos de cierre con un finísimo humor.

Vientos de agua (2006)
Su siguiente proyecto fue para Tele5, una miniserie de gran presupuesto que no tuvo la acogida de público que sus responsables hubieran deseado. Una mala planificación por parte de la "cadena amiga" llevó a que la propuesta fuera retirada antes de emitirse todos los episodios y sólo a raíz de su venta en DvD es cuando esta gran producción ha podido llegar a todos los hogares.
Estamos ante una miniserie de gran calidad técnica donde todo gira entorno a un guión sin fisuras por el que se desliza una interesantísima retahila de personajes. La historia que nos cuenta es la de un joven minero asturiano (Ernesto Alterio) que debe emigrar a Argentina para iniciar una nueva vida en los años 30 y también la odisea de su propio hijo (Eduardo Blanco) que, obligado por la crisis de su país en el 2001, marcha a Madrid en busca de un mejor porvenir.
Dos épocas, sí, pero la misma emoción para hablarnos de lo que conlleva dejarlo todo y cómo pese a ese viaje temporal el mundo no ha cambiado tanto. Un relato cargado de esperanza, ternura, humanidad y también dolor, con grandes escenas para retratar lo cotidiano y un último episodio magistral que ha quedado desde ya para el recuerdo.
Campanella reconoce que es el proyecto más difícil al que ha tenido que enfrentarse, pero sin duda la jugada le salió redonda porque "Vientos de agua" cuenta con una larga legión de fans (me incluyo) gracias a su excelente edición en formato DvD.



El secreto de sus ojos (2009)
A continuación se tomó su tiempo para preparar su siguiente película. En esta ocasión adaptó a la gran pantalla la novela de Eduardo Sacheri "La pregunta de sus ojos" y el balance final fue una gran acogida de público y crítica, además de su reconocimiento en los Oscar con la estatuílla al Mejor film de habla no inglesa. Campanella volvió a dar en la diana de los gustos del espectador pese a que aquí introduce nuevos elementos.
La historia sigue las andanzas de Benjamín Espósito, un jubilado de un tribunal de Buenos Aires (un inmenso Ricardo Darín) que decide escribir una novela sobre un terrible suceso acaecido años atrás y del que fue testigo directo. Pero para ello deberá revivir su propia historia mientras va tomando conciencia de lo que ha dejado atrás y de lo que aún le queda por vivir.
A ese toque policiaco (novedoso en la carrera del director) se une una trama romántica muy bien dibujada: un amor no confesado entre el protagonista e Irene, su compañera de juzgado (una imponente Soledad Villamil), donde las miradas hablan por sí solas. Un guión denso pero con muchísimos detalles donde la amalgama de géneros (thriller, drama, comedia,...) casa a la perfección.
"El secreto de sus ojos" es un relato de perdedores en una Argentina convulsa y una crítica voraz al sistema judicial, pero sobre todo nos habla del poder de los recuerdos y de la búsqueda de la verdad pese a todos los obstáculos del camino. Una película envuelta en una melancolía especial que logra empapar al espectador hasta su acertado desenlace final.
Un nuevo hito del cine argentino que supone también el reencuentro de Ricardo Darín con Soledad Villamil diez años después de "El mismo amor, la misma lluvia", dando continuidad como es óbice a la buena química que ya ofrecían en aquella película.




UN MAESTRO DE LA EMOCIÓN
En uno de los primeros capitulos de "Vientos de agua" decía lo siguiente un anónimo personaje: "Estos 3 verbos rigen la vida de uno: amar, temer, partir". Y si hacemos un repaso a la filmografia del director argentino vemos que la cosa no va nada desencaminada. El amor se manifiesta de varias maneras y así por ejemplo en "El secreto de sus ojos" es el amor no confesado la columna vertebral de su guión o el amor al club de toda la vida que te ha visto crecer para el caso de "Luna de Avellaneda". El temor es la cara B de la moneda del amor y se manifiesta en diversas ocasiones: en "El mismo amor, la misma lluvia" Ricardo Darín reconoce haberlo perdido casi todo por miedo y en "Vientos de agua" Héctor Alterio es a priori incapaz de hacer frente a su pasado cuando regresa a su pueblo natal. Partir es la esencia de "Vientos de agua" porque se ven obligados a hacerlo los dos personajes protagonistas, pero también Ricardo Darín en "El secreto de sus ojos" cuando sabe que su vida en Buenos Aires corre peligro.

Viendo sus trabajos uno se da cuenta de que Juan José Campanella sabe retratar como ninguno la vida del porteño medio (aunque en "El secreto de sus ojos" es la clase más acomodada la que copa el relato) a través de pequeñas historias, sencillas pero engrandecidas por los diálogos y la posición de la cámara tan pegada a sus personajes. Su cine tiene las características de la propia idiosincrasia argentina: es pasional como un tango y melancólico como el bandoneón, pero sabe ser irónico y logra captar como nadie la propia frustración de esa nación tan rica en todo pero ya casi huérfana de esperanza a comienzos de un nuevo milenio.

Juan José Campanella es un experimentado alfarero que sabe madurar sus proyectos, un arquitecto al que se asocian nombres como los de Ricardo Darín o Eduardo Blanco (actores), Emilio Kauderer (compositor), Juan Pablo Doménech y Fernando Castets (guionistas), Daniel Shulman (dir. fotografía) y un largo etcétera.

Puede que dirigiendo capítulos de series norteamericas ("House", "30 Rock" o "Ley y Orden") Campanella se gane la vida, pero volcando todo su mundo en películas como "El hijo de la novia" o "El secreto de sus ojos" se gana sin duda el corazón de los espectadores.