miércoles, 19 de marzo de 2014

Ciudad ladrona de recuerdos

A veces me cuesta ponerme a escribir. Lo sé. Pero es que casi nunca uno se da por inspirado y para escribir y escribir pero no decir nada mejor dejarlo como está, ¿no es cierto?

El caso es que estos últimos días se ha cumplido el décimo aniversario del atentado terrorista de Madrid. Un acontecimiento dramático el de los trenes de la muerte que convulsionó a toda España. Los medios de comunicación nos atiborraron aquellos días con imágenes impactantes y testimonios desoladores de gente que lo vivió en primera o tercera persona. El 11M  ha quedado grabado en la memoria de los españoles de manera perdurable. Pero, ¿dónde estaba yo por aquel entonces? Pues esa es la primera imagen que me viene a la cabeza al recordar aquel fatídico jueves.

En marzo de 2004 acababa de hacer el C.A.P. y seguía en Valladolid, por entonces compartiendo piso en el barrio de La Pilarica, al otro lado de las vías del tren. Estaba desayunando cuando me enteré de aquella desagradable noticia, al principio sin saber qué estaba ocurriendo en realidad, un poco perplejo como la mayoría de la gente. Me disponía, recuerdo, a marchar unos días a Aranda. Iba a coger el bus esa mañana, pero apenas pude comentar lo ocurrido con nadie debido a las prisas, supongo.

Aquel mes de marzo iba a suponer el final de mi estancia en la ciudad de Valladolid. Sería volver en unos días y entregar las llaves del piso porque no había razón alguna que me retuviera a orillas del Pisuerga (bueno, del Esgueva en aquel caso). Terminado aquel C.A.P. tan descafeinado, y sin otro motivo aparente, mi etapa vallisoletana tocaba de manera definitiva a su fin. Ahora se abría un nuevo horizonte, un incierto horizonte ya lejos de la "comodidad" propia del joven estudiante de universidad. Las miras las tenía puestas en las oposiciones de Auxiliar de Biblioteca, así que descartada de antemano la opción de ser profesor de Secundaria me había puesto a estudiar concienzudamente para posibles plazas en bibliotecas.

Edificio hco. de la Universidad, tal y como estaba entonces
Siempre he considerado mi etapa de universitario la más significativa de mi vida. Y no lo digo por todo lo que aprendí -y que ya hace tiempo que empecé a olvidar, claro- sino por todo lo que supuso, básicamente el florecimiento de mi independencia personal, aunque fueran mis papis quienes sufragaban aquella pseudoindependencia. Y pese a que reconozco que no la aproveché todo lo que debiera (a buenas horas mangas verdes...) me cambió mucho la mentalidad y me dio la oportunidad de conocer gente de mi edad en aquel entorno, gente de la que por mucho que pase el tiempo aún sigues acordándote. Una etapa que significó un punto y aparte y que logró dar carpetazo a la adolescencia.

Valladolid fueron 6 años y medio de ligazón a un entorno distinto al de Aranda con el que crecí, de descubrimiento de una ciudad que me encanta desde aquellos primeros días de universidad. De aquella época aún perduran amistades y sobre todo infinidad de recuerdos, la gran mayoría muy buenos o excelentes. Todos ellos reflejan la comodidad del día a día, de la despreocupación ante un futuro laboral que no me planteaba cercano. Lo importante era ir aprobando asignaturas, pero el mundo del trabajo no lo veía como demasiado próximo. Un mundo ciertamente idílico que reflejó una pizca de inmadurez y también de ingenuidad (siempre he tendido a ser un poco ingenuo, es uno de mis defectos), pero que como todas las etapas de la vida tenía que llegar a su fin antes o después. Pude dar cierta continuidad a todo aquello si realmente hubiera apostado por buscar un trabajo rápido en lugar de dedicarme en cuerpo y alma a opositar, pero año y medio después del final de la experiencia vallisoletana elegí otros caminos.

A estas alturas de mi vida y cuando el vértigo de la edad empieza a asomar, siento que esa época pucelana no tiene la puerta del todo cerrada. Siempre me negué a pensar que sólo Valladolid podía significar el pasado y juro que cada vez que la vuelvo a pisar me dan ganas de dejarlo todo por sentirme de nuevo como en casa. A veces en mi pensamiento miro por una ventanita y recorro aquellos rincones que quedaron grabados en mi memoria, es más, inconscientemente lo hago. Resulta todo muy curioso.

Seguro que cualquier persona un poco cuerda me soltará aquello de que el pasado es el pasado y mejor no removerlo, que hay que mirar sólo al futuro y demás. Lo sé, no soy tan tonto de no entenderlo. Pero muchas veces echo de menos aquello precisamente, el sentirme como en casa. Los recuerdos cada año son más vagos y muchas veces no asocio las caras a los nombres o no me acuerdo de anécdotas cada vez con más frecuencia. Tampoco me acabo de convencer de que Valladolid sea ya sólo el pasado, seguramente porque conscientemente no lo quiero. Pero es pasar junto a los leones de la vieja Universidad o atravesar la zona del Cuadro -donde viví en mi 2º año de carrera-, por poner solo unos ejemplos, y no puedo evitar la nostalgia.

La grabación de dos cortos, las merendolas que me pegaba en mi apartamento en aquellos descansos vespertinos con mi amigo Braulio, las sesiones de cine, las caminatas por Valladolid, las visitas a la biblioteca de S.Nicolás, los novillos del 1er año para ir a jugar a la máquina de fútbol o al futbolín, el sol del atardecer, los madrugones para ir al servicio de internet de la Residencia Alfonso VIII, las cenas con los de clase o con los compañeros del viaje de Fin de Carrera... Son sólo ejemplos de grandes momentos que uno lleva en la mochila atiborrada de la experiencia. Una época dulce pero cada día más distante en el tiempo.

Hace mucho que creé este blog tan personal y hasta ahora no había dedicado una palabras aunque fueran tan torpes a Valladolid. No merecía la espera, lo entiendo. Cuando a veces las circunstancias de la vida no te llevan por el camino de la plenitud personal es normal que uno mire hacia atrás y contemple el pasado. Una mirada condescendiente a una época dorada. Supongo que es normal verla como algo idílico cuando ya te hayas metido en el mundo de las responsabilidades, en el mundo de los adultos, donde las prioridades se hacen norma.

Pero Valladolid es una ciudad en continua transformación. Está cambiando bastante y cuando paso por allí me doy cuenta. También falta la gente, en su mayoría. Así que ya nada es como era entonces ni lo volverá a ser nunca jamás. Puede que añorar el pasado sea como correr tras el viento. Pero la verdad es que la felicidad siempre viaja de incógnito; y sólo después que ha pasado, sabemos de ella.