lunes, 18 de julio de 2011

Úbeda, en clave de verano

Este año toca. Tras el paréntesis del 2010, se acerca el momento de atravesar casi España entera y disponerme a pasar unos días diferentes. Con ésta serán 5 las ediciones a las que asistiré, 5 las veces en que tendré el gusto de pisar el suelo casi incandescente de la ciudad andaluza de Úbeda, epicentro del festival de música cinematográfica con mayor arraigo en Europa.

El festival se creó en 2005, pero yo y mis amigos Braulio y Vanesa hemos estado acudiendo hasta allí de manera fiel tratando de compaginar las actividades propias del evento con terracitas, paseos y generosas comidas. Ésa ha sido la clave del éxito, que sin apartarnos del festival hemos sabido compaginarlo con otras cosas pese al calor agotador que siempre es permanente por esa zona de Jaén durante el mes de Julio.

Quien no conozca Úbeda no sabe lo que se pierde. Esta pequeña ciudad interior resulta fascinante de descubrir. Cada calle y cada palacio o iglesia te trasladan al Renacimiento, cuando las familias más enriquecidas por las guerras de la conquista de Granada quisieron dejar patente su poder e influencia social en la poderosa España de entonces a través de grandes obras de carácter civil pero también religioso. La plaza Vázquez de Molina es ejemplar (y desde luego de postal) por todo lo que la rodea, pero no menos llamativas son sus escondidas plazas o esas callejas estrechísimas que parecen ancladas en siglos remotos. Por algo es Patrimonio de la Humanidad junto a su vecina Baeza, así que pocas explicaciones más hacen falta, sólo que además su zona de miradores ofrece una estampa sensacional sobre el valle del Guadalquivir y Sierra Mágina, mar de olivos que uno no se cansará de ver desde que ha conseguido bajar Despeñaperros.




Hospital de Santiago, sede del Festival

Úbeda es un lugar con cierto halo de misticismo. Es raro ver un alma hasta las 8 de la tarde, y se entiende por eso del calor; asi que lo frecuente es encontrártela vacía y silenciosa, dorada por el sol de la tarde y bajo un cielo azul radiante donde no es complicado captar el olor a aceite que desprenden las almazaras cercanas porque, efectivamente, Úbeda huele a aceite de oliva, oro líquido, pero durante el mes de  Julio también suena a cine.



Desde el 2005 se han dado cita allí compositores y aficionados hasta lograr un maridaje casi perfecto. Es el momento que muchos aficionados llevan esperando todo el año, el de poder ver a tus grandes ídolos y poder asistir a charlas, una firma de discos y diversos conciertos en un entorno que todo el mundo asegura que es incomparable. E incluso si  no eres muy aficionado a la música de cine encontrarás motivos para disfrutar, pues el simple hecho de poder asistir al macroconcierto de la noche del sábado en el patio renacentista del Hospital de Santiago ya es un verdadero regalo. Música que se ve, sin CD y en estado puro que eriza la piel y despierta tus sentidos por muy aletargados que estén.



Nombres como los de Roque Baños, Christopher Young, John Debney o Patrick Doyle han quedado ligados ya a la historia de este festival, pero sin duda es Basil Poledouris quien será más recordado por los asistentes a la edición del 2006. En Úbeda ofreció su último concierto y orquestó una suite de "Conan el bárbaro", banda sonora nunca interpretada anteriormente ante el gran público. Fue el canto del cisne porque el compositor norteamericano fallecíó solo unos meses después víctima de un cáncer que venía arrastrando desde hacía tiempo. Su espíritu pareció estar presente en las ediciones que vinieron después porque Poledouris, sí, aquel misterioso personaje que apareció ataviado de negro y con un pañuelo que cubría toda su cabeza, ha marcado sin ningún género de dudas la trayectoria del festival ubetense al elegirle para dar su último adiós a todos a quienes le admiraron.

Úbeda igual podía ser la misma sin su festival, sobre todo en época de ajustes y recortes varios, pero lo que está claro es que el festival no es lo mismo sin Úbeda. La belleza del entorno redunda en la sensación de plenitud de los visitantes porque ofrece pausa e invita a recorrerla. Y el día que esa comunicación afectiva entre compositores y aficionados se rompa morirá con ella el festival o al menos tal como lo conocemos a día de hoy.



Así y con todo, ya no queda nada para degustar helados, pizzas, montaditos, cervecitas frías y chocolate con churros a do euro, escuchar buena música (imprescindible) y hacer una visitilla que tengo pendiente a la Sacra Capilla del Salvador, uno de los monumentos más impresionantes del Renacimiento español. Así que nada de levantarse tarde aunque uno a veces luego se quede sopa entre el calor y lo tostón que pueden resultar algunas ponencias, porque el caso es que una cabezadita nunca va a faltar...

Lo dicho, voy a preparar la maleta que esta semana  busco el verano perpetuo y el calor... Adiós fresquito del norte que Úbeda -con sus cerros- nos espera!