jueves, 3 de agosto de 2017

Rumanía por descubrir

Castillo Corvinilor
Me encanta viajar. Por si alguien aún no se ha enterado supone la mejor inversión de tiempo y dinero que ahora mismo uno pueda imaginar. Porque VIAJAR, así en mayúsculas, es una palabra que comprende infinidad de cosas a su vez y algo que además se disfruta por partida triple: mientras preparas el viaje, mientras lo realizas y mientras lo recuerdas. Y en esta última fase me hallo ahora, liadillo clasificando las fotos.

Cada vez aprecio más el contacto con la naturaleza y la satisfacción que produce la soledad, los colores del paisaje o el olor a aire limpio. Es como si se parara el tiempo de nuestras vidas incesantes, los acelerados días donde no nos detenemos prácticamente a observar nada. Quizás tenga que ver con mi concepción del tiempo; hastiado de su paso veloz, una mera excursión o un viaje de una semana suponen una bocanada de aire fresco que oxigena los corazones atormentados y para el ritmo de la vida por unos pocos instantes.



Hasta hace escasos días pude disfrutar de un magnífico viaje a Rumanía. En concreto a los Cárpatos meridionales y la región de Transilvania. Un grupo de ilusionados aventureros formado por Elena, Judit, Nines, Rocío, Fernando, Blanca, Ana Belén y el que escribe, comandados por el guía hispano-rumano Darío, nos movimos en furgoneta por atiborradas carreteras que unen los pueblos y ciudades del interior del país. A decir verdad, la percepción que tenía de Rumanía se cumplió: es un país de menor desarrollo al nuestro, uno de aquellos que tanto sufrieron tras la instauración del Telón de Acero y la posterior dictadura atroz de Ceaucescu, en este caso.




La afamada Transilvania es afortunadamente mucho más que el conde Drácula, personaje novelesco ligeramente inspirado en uno tan real como malicioso. Es tierra de castillos y fortalezas, de ciudades pequeñitas y pueblos en mitad de la campiña. Una tierra fértil y verde más agraria que ganadera flanqueada en su parte sur por una escarpada cordillera que aporta un gran caudal de agua a los ríos que bajan por su ladera norte.

Plaza Unirii, en Timisoara

Timisoara, la capital del Bánato, al oeste del país, es una urbe importante que vive aún de la industria y su universidad. Se nota su pasado como crisol de culturas: otomana, germánica, húngara o eslava. Su centro histórico destaca por sus plazas y sus iglesias, pero uno no puede dejar de sentir que se encuentra en una ciudad del Este de Europa, algo degradada aunque muy verde eso sí porque es "la ciudad de los parques y los jardines" de Rumanía.

Sibiu

La medieval Sighisoara conserva mucho patrimonio urbano, pero podría estar bastante mejor mantenida. Sus torres y sus murallas son un caramelo para los fotógrafos, que no deberían dejar pasar la oportunidad de recorrer sus calles pues es una de las urbes de origen sajón más bellas de la región. Por su parte, la intelectual Sibiu, también de origen alemán, es una ciudad para pasear o parar a tomar un café tranquilo en una de sus numerosas terrazas. Ha visto cómo sus distintos gobiernos han llevado a cabo proyectos para recuperarla y eso se nota en todo su cuidado casco histórico. En definitiva, una de las ciudades rumanas con mejor calidad de vida, volcada en la cultura y que a mí me supo a poco debido a lo corta que fue la estancia. Una sorprendente ciudad para volver, sin duda.

Pero el verdadero descubrimiento de un viaje como éste es la Cordillera de los Cárpatos. La parte rumana recuerda a aquellas estampas alpinas que hemos visto cientos de veces. Lagos, ríos, cascadas, hayedos, bosques... Son rincones que invitan a perderse y a volver a sacar la cámara (si es que la tenías guardada) pese a su climatología cambiante y a que como en nuestro caso puedes ser víctima de una inesperada tormenta. Lo mejor de todo es que cada paraje, cada lugar, cada rincón, puede ofrecerte un paisaje distinto, como el macizo de Piatra Craiului, lugar de peregrinación para los aficionados a la escalada debido a sus altas paredes de roca. Y además de eso, en los Cárpatos los senderos están perfectamente señalizados, algo de lo cual en España deberíamos aprender todavía.

No quiero enrollarme más, solo invitar a quienes tengan inquietudes culturales o alma aventurera (o ambas cosas a la vez, por qué no...) a que se acerquen unos días a Rumanía y disfruten de sus increíbles paisajes, sus ciudades, su gastronomía y su arquitectura tradicional, los de un país sosegado que está ahora abriéndose al turismo internacional. Un Estado no muy conocido, de raíces latinas como es el nuestro, que va mucho más allá de los tópicos y clichés que tenemos a esta orilla del continente.

Macizo de Piatra Craiului