jueves, 12 de noviembre de 2020

El juego de las sillas

   



     Por entonces la imaginación lo era todo. Seguro que nadie olvida aquellos juegos colectivos con los que pasábamos el verano los niños que crecimos en los 80. Y entre ellos uno de los más significativos era aquel en el que un grupo de personas correteaba al son de la música en torno a un círculo de sillas vacías. Siempre había una persona más que el número total de sillas; así que cuando cesaba la música y había que buscar asiento, siempre un chaval, infeliz, quedaba apeado de su propósito. E incluso, algunas veces, veía aterrizar sus posaderas en el parqué o sobre el mullido y fresco césped.
     Aquel juego al que algunos encontraban su gracia es en lo que se ha convertido en esta recta final de año el panorama político español. Es casi el asunto de moda, salvando las distancias, claro está, con todo ese inmenso pack que tiene por etiqueta "covid-19". Tras varias prórrogas, ahora por fin toca aprobar unos nuevos presupuestos de país que son necesarios, pues irán en consonancia con las cuantiosas ayudas que se recibirán de la Unión Europea para paliar los estragos de la pandemia.
     Sin embargo, no se está hablando estos días de las medidas que la confección de esos nuevos presupuestos va a suponer: cuánto van a subir/bajar los impuestos, los gastos destinados a determinadas medidas, las inversiones... De lo que se habla es del sesgo ideológico, de quién debe apoyarlos y de quién no, de trazar fronteras, de vetarse. Y todo ese teatrillo de declaraciones que vemos u oímos a diario es altamente vomitivo e impresentable, porque de lo que se acuerde y de las medidas que se consensúen dependerá la salida a esta crisis para todo un país.
     En el epicentro hay un gobierno de opinión dividida: la parte de Unidas Podemos prefiere y exige que el apoyo a los presupuestos venga exclusivamente de los partidos de la investidura (partidos de izquierda; para ellos por supuesto incluyendo a los nacionalistas y naturalizando al PNV como partido aconsejable aunque no sea de izquierdas). Y el sector PSOE, que prefiere, al menos en teoría, abrir el abanico de apoyos a izquierda y derecha. La geometría variable de la que tanto se ha hablado. Y en esa diatriba está claro que hay un enfrentamiento y uno que hasta este instante va ganando.
     Para enredar el ovillo, ERC declara que no sumará su apoyo a esos presupuestos si lo hace Ciudadanos, por considerarse incompatibles. Y el partido naranja dice exactamente lo mismo con respecto a los republicanos y Bildu. El diseño en cuanto a medidas e impuestos de los presupuestos queda ya en un segundo plano frente a la política con los susodichos vetos cruzados, una vez superado el trámite de enmiendas a la totalidad.
     Ayer el vicepresidente Pablo Iglesias celebraba por todo lo alto que Bildu, con la portavocía de Arnaldo Otegi, fuera la primera fuerza en anunciar su apoyo a tan esperados presupuestos. El partido morado insiste con vehemencia en echar de la ecuación de apoyos al partido de Inés Arrimadas, que parece estar dispuesto a apoyar los presupuestos "por responsabilidad" y así demostrar ser un partido de política útil. Es por ello que Pablo Iglesias, una vez más, sale en apoyo de la pretensión de ERC de que Pedro Sánchez a la hora de alcanzar mayoría para tal propósito escoja finalmente a los republicanos catalanes en lugar de al partido liberal, que debe quedar fuera de la suma a toda costa y volver al redil de la foto de Colón.
     El pulso para Ciudadanos es de alto voltaje toda vez que ha mostrado su intención de pactar las cuentas. Buscar la moderación siempre ha estado mal visto en España y supongo que Inés Arrimadas sabe que todo lo que haga le va a acarrear impopularidad, incluso entre sus votantes. Lo más fácil sería seguir la estela oscura de Albert Rivera y negarse a negociar, enfurruñarse y plegarse al rifirrafe, alimentando con ello al fantasma -más real que imaginario- de las dos Españas. Según parece, hasta el momento aguanta no solo el pulso, sino los groseros improperios de otros oscuros personajillos como Rufián o Echenique. Pero, ¿no ve la hora de plantarse y decir basta? ¿De hacer saber a ese PSOE de dos caras que no todo vale para seguir en la Moncloa y que lo moral tiene un límite?
     Bien. En todo caso no nos equivoquemos. No podemos perder de vista que se votan unos presupuestos que son necesarios. Desconozco si son los mejores, si son buenos o si son malos. Pero desde luego de lo que no se debería tratar en este momento es de si tú vas a salir en la foto conmigo y yo no quiero. No hay muchas opciones: sí, no y abstención. Punto. No hay más. Solo la responsabilidad que conlleva el mandato ciudadano y de que la clase política cobra por trabajar para la nación e intentar entenderse. 
     Mi consejo para la sra. Arrimadas es claro: si los presupuestos no le disgustan, que los apoye, pese a que también lo hagan partidos que le aborrezcan. Condicionantes tan tajantes no son apropiados. Hay que demostrar visión de estado y no buscar la inmediatez de los votos. Lo importante es ser útil. Lo de los vetos es una estupidez ante las cosas de comer, que es lo que nos concierne ahora.

     Dicho lo cual, apena comprobar el poco criterio propio de la parte socialista del Gobierno de Pedro Sánchez. Con tal de permanecer en el poder el mayor tiempo posible está siendo capaz de tragar todos los sapos que le está lanzando el partido de Pablo Iglesias, especialmente cada vez que hace un ademán por buscar apoyos en el resto de partidos nacionales. Pedro está secuestrado irremediablemente por Pablo y así ese ejecutivo picapiedra, a la hora de la verdad y cuando hay que tomar decisiones, desoye a todo lo que no huela a ideología, pues el vicepresidente segundo impone con quién se ha de pactar, deambula a su libre albedrío y lo que es peor, dicta qué política hay que hacer para tener siempre contentos a esas, digamos, amistades peligrosas de las que frecuentemente place rodearse. El vicepresidente Iglesias, en cuanto tiene la ocasión, se convierte en ese niño travieso que convenientemente coloca la silla rota para ridiculizar al compañero que le cae mal; aquel que se las sabe todas y ante la falta de una autoridad que le meta en vereda ostenta el poder de hacer parar la música en el momento que estime. El resultado es una España dividida en dos, lo mismo, oh casualidad, que ansía VOX. 
     Aún no hemos dejado atrás lo peor de una pandemia que transita por una segunda ola que nos toca a todos, sin distinción de la ideología de cada cual. Mientras el virus campa a sus anchas se demuestra que el otro virus, el de la política, el de la división irreconciliable y el oportunismo, está siendo muchísimo peor. Pensábamos que igual la grave tesitura los iba a hacer cambiar, ¡qué ilusos! Se apaga la música y ellos siguen en sus sillones, con sus sueldazos, intocables; los españoles, en el fango, esperan una ayuda para incorporarse que no llega. De nada, ilustres diputados.

jueves, 16 de julio de 2020

Interpretar la Historia

Por fortuna y aunque nos parezca mentira, no solo de noticias en torno al coronavirus vive el habitante del mundo. Y es que, pese a lo intrincada que se ha vuelto la situación sanitaria a nivel tanto nacional como internacional, también han tenido lugar otros acontecimientos que han quedado inevitablemente en un segundo plano informativo.

Uno de los asuntos que entran en ese escalafón es la explosión de un movimiento iconoclasta que ha tenido lugar en diversos lugares de América y también de Europa (a España parece que aún no ha llegado con la misma fuerza). Se caracteriza por la pretensión de derribar aquellos monumentos o recuerdos erigidos en honor de personalidades de un pasado más o menos lejano en el tiempo. Algunos son descubridores o conquistadores, también los hay que fueron dirigentes políticos (gobernadores, reyes...) o incluso benefactores y promotores de la economía, las ciencias o las artes.

Ira desatada contra las estatuas de Cristóbal Colón en Estados ...
Vivimos un tiempo de revisión continuada. Y a ciencia cierta que ello no resulta tan novedoso: el mundo siempre ha cuestionado los acontecimientos del pasado, que la mayor parte de las veces nos enseñaban que eran irrefutables o incontestables. La historia no es tan perfecta como se nos ha hecho ver, tiene muchos matices. Siempre ha habido momentos para censurar los tiempos pretéritos, como ocurrió en la Francia de la Revolución, que entre sus preceptos estaba el hacer tabla rasa de todo lo que recordara al periodo de absolutismo monárquico anterior. Y así en todas las naciones a lo largo y ancho de los siglos.


Pero esa reinterpretación de la Historia que algunos tratan de imponer ahora no nace desde un verdadero conocimiento de lo anterior. Desde luego que no desde un punto de vista sosegado. Nos creemos con la suficiente autorización para juzgar el pasado con los ojos del siglo XXI, desde nuestro mundo de valores moderno, superior y evolucionado. Nos permitimos el lujo de exigir a una persona del siglo XV o del XVI que tenga la misma compasión por el débil que la que podemos mostrar hoy en día, obviando que la Historia se escribe desde una ecuación de pugna constante donde siempre hay unos que dominan y otros que resultan dominados y, por cierto, casi nunca de manera consciente. Cada individuo no deja de ser producto del tiempo que le ha tocado vivir, con sus ataduras y todas su injusticias, por supuesto.

La clave del asunto estriba en que la gente que se amotina para echar abajo un monumento conmemorativo hacia una persona (hombre, casi siempre) no está juzgando el pasado sino que lo que lleva a hacerlo es su frustación con un presente o un futuro que no le gusta y que quiere modificar. Y como no puede, piensa que algo podrá contribuir a base de gestos, cuales derribar un busto o una estatua con toda su ira y desde luego sin miramientos.

Es preocupante que en nuestro tiempo no sean los historiadores quienes "nos cuenten" la historia, o más bien, que los ignoremos. Y son los políticos u otros agentes de la sociedad quienes, frecuentemente a través de la red social del pájaro (pero no solo ella), y como delante de un enfurecido altavoz, tratan de dar lecciones de lo que es moral o inmoral, bueno o malo, reinterpretando los hechos históricos a su antojo y además con sumo convencimiento y tratando de imponer su visión sesgada a los demás. Y qué duda cabe que sus impresiones van a llegar a más gente que las que pueda tener un curtido catedrático de Historia.

Hechos como la censura a una película como Lo que el viento se llevó por mostrar, según se ha dicho, valores "inapropiados" o "justificar el esclavismo", son inconcebibles y muy negativos, porque obliga a pasar por el tamiz de la corrección política a todas las creaciones artísticas o intelectuales de otro tiempo. Es una nueva censura. Lo mismo sucede cuando pretende instaurarse la moda de poner notas aclaratorias a los monumentos o a cualquier creación artística para no sentirnos cómplices de un pasado que a menudo nos sonroja. En este sentido, creo que nuestra sociedad va por muy mal camino porque eso nos infantiliza.

La Historia es pasado; no se puede modificar. Se interpreta y no se juzga, está ahí. En cambio, podrá servir para que fabriquemos las baldosas del sendero del futuro y evitar que lo negativo amenace con volver a repetirse o, lo que es peor, a destruirnos.