domingo, 16 de octubre de 2011

Los sueños marchitos

En 2008 Sam Mendes, el director de la muy premiada "American beauty", se puso de nuevo tras las cámaras para reunir a la pareja enamorada de "Titanic". En esta ocasión no iba a contarnos una historia romántica con final trágico capaz de reventar las taquillas y enternecer el corazón de los espectadores, eso nunca... Con "Revolutionary Road" trató de diseccionar la sociedad norteamericana de los años 50 para hablar de cosas que a veces no nos gusta oír, sobre todo por aquellas latitudes. El resultado: un estrepitoso fracaso de taquilla y, pese a las buenas críticas generales, un batacazo imprevisible en las nominaciones a los Oscar aun contando con un trabajo descomunal de Kate Winslet y Leo DiCaprio.

(Te ruego no sigas leyendo si tienes interés en verla)

No trato de hacer aquí un artículo sobre "Revolutionary Road", una gran película a mi entender, punzante, descarnada, que habla de cosas tan presentes ahora como en la época en la que se ambienta. Pretendo en cambio hablar de los sueños, de esas expectativas que nos ponemos (y que nos imponen) cuando somos pequeños y cuya no consecución provoca la frustración y el desencanto. En el film, April Wheeler (Winslet) es una mujer soñadora incapaz de adaptarse a su nueva realidad de ama de casa y criadora de sus hijos. Su frustración la aliena y la convierte en una mujer algo egoísta y casi invisible para su marido. Por su parte, Frank Wheeler (DiCaprio) es su esposo, un hombre sin ambiciones que prefiere conformarse con lo que tiene y que ni siquiera posee el valor suficiente para decir la verdad. Pero, ¿qué les ha llevado a esa situación? A ojos de la sociedad es una pareja de éxito, pero su relación está envenenada desde el principio. Dos personajes a cual más antipático pero totalmente complementarios y con los cuales no es difícil identificarse aunque sea tan sólo por un momento.

Creo que al llegar a la treintena uno empieza a cuestionarse todo eso, si LO QUE ERES corresponde con LO QUE ESPERABAS SER. Con frecuencia, como en la película, la sociedad impone sus paradigmas porque nos dice qué es lo que tenemos que ser y cómo debemos actuar. Probablemente "lo normal" sea comprar un piso, casarse, tener hijos y asentar la cabeza aunque tu trabajo no sea el mejor del mundo. Arriesgarlo todo por cumplir un sueño no es lo habitual e incluso tiende a estar mal visto. Pero el problema de fondo estriba precisamente en qué ocurre cuando se marchitan nuestros sueños.

A lo que voy: quizás lo más grave no sea no alcanzar tu sueño sino no tenerlo o simplemente perderlo. Ahí es donde uno puede comenzar a perder el rumbo, a convertirse en un alma errante incapaz de controlar el timón de la vida. Cuando ves que la ilusión se desvanece acabas por transformarte en una persona que no logra madurar y te repliegas en tu propio pasado por miedo al dolor.

Alcanzar los 30 provoca dudas y una pequeña crisis de valores. Supone el arreón final en la aglutinación de responsabilidades y un replanteamiento de las prioridades vitales. Es el momento quizás de aprender a quererse, a no intentar compararse en tu trayectoria con los demás, a valorar más las cosas que nos parecen "normales" porque, aunque suene a tópico, lo importante (la salud, el amor, la familia) no cobra su verdadero valor hasta que lo pierdes. Reinventarse no es sencillo, lo fácil es recrearse en el recuerdo afectuoso del pasado, pero ¿podemos vivir sin sueños?, ¿conviene generar expectativas a largo plazo? Las circunstancias te pueden dar la oportunidad o quitártela porque hay cosas que se escapan a nuestro control; pero insisto, ¿alguien sabe qué valor adquieren los sueños?