sábado, 12 de octubre de 2013

Algo se nos quedó en Viena

Iglesia de S.Carlos Borromeo
Ya lo decía John Malkovich en la estupenda "Las amistades peligrosas", pero es que no puedo evitarlo. Ciudad que piso y visita que cae en la que trato de engullirme de su historia. Además de eso reconozco que me lo preparo casi todo bastante bien y no sólo en lo referente a los transportes y a su callejero. En una ciudad me estimula empaparme de sus monumentos y de su urbanismo. En una palabra, DISFRUTO.

La escusa en este caso fue la mente maravillosa de James Horner, el compositor que puso música al hundimiento del Titanic y que logró que todos los espectadores nos pusiéramos azules viajando al planeta Pandora en la espectacular "Avatar" o que anheláramos aún más la libertad si cabe con el martirio de Mel Gibson en la muy heroica "Braveheart".

Para nosotros, asistentes afortunados al concierto del 4 de Octubre en la Konzerthaus, el nombre de James Horner irá ya unido para siempre a la palabra Viena y la relación no es baladí, pues el compositor californiano hunde sus raíces familiares en la vieja Europa. Pero llenó de gozo a todo un auditorio rendido a su música. El mundo de James Horner ha hecho feliz a mucha gente y Viena ha sido el bello telón de fondo para el protagonismo de sus geniales partituras.

Pero acerquémonos a Viena. La coqueta y muy limpia capital austriaca muestra el señorío de su pasado esplendoroso. Un día fue la grandiosa capital de un basto imperio que englobaba una gran porción del continente europeo, pero de la noche a la mañana, concretamente en 1918, ese imperio de 50 millones de habitantes quedó reducido a un pequeño estado de poco más de 6 millones. Viena era la tercera ciudad de Europa en número de habitantes, en cambio hoy en día no alcanza la cota que tenía al comenzar la Primera Guerra Mundial.

Desconozco si el Danubio es tan azul como se piensa, no tuve tiempo para comprobarlo, pero sí me he podido percatar de una urbe moderna, comercial, cosmopolita y abierta. Conserva muchos restos del pasado y calle por la que pisa uno escaparate que ve donde las imágenes de Mozart y de la emperatriz Sisi lo acaparan todo. Sin lugar a dudas mucho debe esta ciudad a ambos personajes.

Que Mozart pasó parte de su vida en Viena es más claro que el agua. Si transitas junto a la Ópera y no se te acerca uno a su imagen y semejanza no me lo creo. El caso de Sisi -nacida como Isabel de Baviera- tiene cierta intrahistoria: esta tía despreciaba Viena y seguramente se sentiría horrorizada si hoy en día viera su imagen en todos los escaparates habidos y por haber. Más le vale a la ciudad no compartir el sentimiento de infelicidad que la consumía. Sisi odiaba el protocolo de la Corte y por ello emprendió una huida de sí misma a lo largo de toda Europa, haciendo lo que realmente le venía en gana, y mucho dolía en los altos círculos de Viena que prefiriera Budapest y a los húngaros en lugar de a los altaneros austriacos. ¡Pobre Francisco José! Si en algo la desdichada emperatriz tenía razón es en que se olía que aquel puzzle de nacionalidades llamado Austria-Hungría tenía los días contados. Aquel imperio estaba a punto de estallar en pedazos y sólo 2 años después de la muerte del muy currante marido de Sisi, verdadero sostén de aquella potencia ya venida a menos, todo saltó por los aires llevándose consigo el régimen imperial y la pompa de los Habsburgo.

Palacio del Hofburg
Pero la Viena imperial no se esfumó, es bien visible en sus calles, en los palacios, en esas grandes avenidas que flanquean los monumentales edificios de la capital. Visitar el palacio del Hofburg es aprender un montón sobre Viena como centro de poder de la Europa de antaño. Recorrer la Ringstrasse es apreciar que Viena se ha convertido en un escaparate turístico de primer orden; y subir a alguno de sus innumerables tranvías conlleva que no sepas muy bien si te encuentras a un lado u otro del extinto Telón de Acero, al fin y al cabo Viena siempre quedó en zona de nadie como cumplidora aprendiz de un pasado tumultuoso. Tener la oportunidad de pasar una mañana en barrios tan pintorescos como Favoriten te muestra la cara étnica de Viena, la de una ciudad engrandecida por la inmigración turca y asiática donde los puestos de kebap proliferan y el olor a especias se aprecia en cada esquina del barrio.

La Viena multirracial, la Viena imperial, la Viena barroca de iglesias, conventos y palacios, la Viena de los renombrados y centenarios cafeses, todas ellas conforman las diversas caras de una misma ciudad. Marché con ganas de más Viena, algo apenado por no descubrir buena parte de lo que no me hubiera gustado perderme, porque es que Viena tiene tanto que mostrarte... La batuta de Horner mandaba -pese al lapsus de que él no subiera a dirigir ni una sola pieza- , así que no se hable más. Me llevo el atractivo de una urbe que embelesa, que siente pasión por la música y por la cultura, y que además es capaz de ganarte también por el estómago con su deliciosa repostería.

Me encuentro aún sin haber aterrizado del todo, pero me he traído el regusto de unos días extraordinarios. Parafraseando al rey francés Enrique IV, diría que Viena bien vale un concierto, y si es de James Horner os aseguro que muchísimo mejor. Mereció la espera.