jueves, 29 de septiembre de 2011

Víctimas colaterales de la Hª (II): Luis XVII

Con frecuencia al hablar de guerras y conflictos se suele pasar por alto a las víctimas más pequeñas, gente sin nombre ni apellidos que acaba pagando los platos rotos del rencor y la intransigencia de los mayores. Pues bien, en esta ocasión voy a hablar de alguien que sí tiene un nombre y un apellido con solera; hablo de Luis XVII de Francia.

Nació en Versalles en 1785 como Duque de Normandía. Hijo de Luis XVI y María Antonieta, tuvo una infancia normal para su rango hasta que en 1789, justo antes de estallar la Revolución, fallece su hermano Luis José y se convierte así en Delfín de Francia, el heredero al trono. La toma de la Bastilla supondrá el final de su infancia feliz en palacio.

Obligada a trasladarse a París, la familia real no tuvo la comodidad deseada en el hoy desaparecido Palacio de las Tullerías, sobre todo a raíz del fracasado intento de salir disfrazados del país en la conocida como "fuga de Varennes" (20-21 junio de 1791). Este suceso supuso la prueba irrefutable de que los Borbones no eran amigos de la más mínima reforma y de que a ojos de los revolucionarios Luis XVI y su familia ya no eran más que unos traidores a la patria. Así que la hostilidad hacia la pareja real se acrecentó y de regreso a París vivió un año más recluída en su particular cárcel de oro y lujos.

El monarca era ya una carga para la marcha de la Revolución y el 10 de Agosto de 1792 la muchedumbre invadió las Tullerías. El violento expolio que sufrió el edificio fue lo de menos en comparación con las bajas de la Guardia Suiza del palacio. La familia real se libró por los pelos de la masacre, pero ya no había vuelta atrás y el rey fue depuesto de sus funciones y proclamada la Iª República.


El joven delfín vivirá estos episodios con sumo terror, el propio de un niño que no entiende tanto tumulto e indignación hacia sus padres. Pero la monarquía era ya en Francia parte del pasado y ahora tocaba definir el futuro de una familia que había perdido cualquier atisbo de sacralidad e incluso respeto.

Tower-of-the-Temple-1795
Prisión del Temple en los años de la Revolución

Luis XVI, María Antonieta, la infanta María Teresa (su hermana), la princesa Isabel (su tía) y el propio delfín fueron encarcelados en la  torre del Temple de París, un antiquísimo edificio (fue la casa madre de la Orden templaria durante muchos años) de siniestra silueta que ahora recibía con sumo desdén a tan insignes visitantes. Mientras tanto, la República decidía qué hacer con esa familia que ya no tenía escapatoria alguna, pues el miedo de los republicanos a una intervención europea para reinstaurar a los Borbones era más que evidente.

El depuesto rey y su hijo fueron alojados en el 2º piso, mientras que la reina, su cuñada y la infanta en el piso superior. En ambos casos, los grusos muros y las ventanas enrejadas dejaban apenas pasar la luz, a lo cual se unió una extrema vigilancia de oficiales municipales y del  cuerpo de guardia para "amenizar" más si cabe la estancia de Luis XVI y su familia en aquel desagradable lugar.

La República decidió llevar al cadalso en 1793 primero al rey y después a la reina. Pero antes el joven Luis fue incitado a declarar en contra de su madre y de su tía, a quienes acusaba de haberle obligado a ciertos juegos sexuales, lo cual fue el colmo para que Mª Antonieta no acabara librándose de la guillotina y del escarnio público.


Karl Wilhelm Naundorff

Dentro de aquellos gruesos muros se vivieron situaciones de gran dramatismo como la despedida de Luis XVI o la separación del crío de Mª Antonieta, momento a partir del cual el ya Luis XVII -para la facción monárquica, claro- se convierte en elemento de disputa entre los sucesivos e inestables gobiernos. En prisión fue puesto al cuidado de Antoine Simon, un zapatero republicano que procuró reeducarlo mientras el joven sufría todo tipo de amenazas que socavavan su dignidad. Posteriormete fue aislado sin contacto alguno. Desnutrido, postrado en cama, en penumbra y cada vez más enfermo y olvidado el 8 de junio de 1795 fallecía de tuberculosis, siendo enterrado en una fosa de un cementerio parisino sin inscripción alguna. Su hermana corrió mejor suerte y acabó enviada a Viena. Ella fué la única de la familia en sobrevivir a la pesadilla revolucionaria.

A partir de ese momento, la leyenda. Desde el principio se especuló con la posibilidad de que el cuerpo que fue enterrado no fuera el del regio muchacho, sino que antes fue suplantado y había logrado huir del Temple (de ahí lo abusivo de su confinamiento final); además, muchas declaraciones posteriores ayudaron a avivar este supuesto. Con el tiempo aparecieron falsos delfines de nombre Naundorff (el más famoso de todos), Benoît, Hervagault o Carlos de Navarra, en todo caso meras hipótesis y nada definitivo pero algunos con la credibilidad suficiente para lograr despistar a los partidarios de la monarquía durante el s.XIX.


El corazón de Luis XVII

Pero el enigma está resuelto. Aquel decrépito rehén de 10 años sí era Luis XVII y sí falleció en la torre del Temple porque estudios muy recientes así lo han demostrado. El cirujano Pelletan, al hacerle la autopsia, le extrajo el corazón y dentro de un frasco de alcohol etílico lo escondió en su casa. Durante muchos años el corazón de Luis XVII pasó por muy diversas manos hasta acabar depositado en la catedral de St.Denis de París donde se hallaba hasta hace poco. Las pruebas de ADN lograron comparar unos mechones de Mª Antonieta con el ADN del corazón de Luis XVII y la verdad es que coincidía plenamente. Ya no había duda y en 2004 se realizaron los funerales para poder enterrarlo junto a las tumbas de sus padres en St.Denis.


Y así acaba la historia de una víctima inocente del tiempo que le tocó vivir. Proclamado rey a los 7 años tuvo que soportar el tormento del desgarro familiar y un auténtico secuestro sin compasión. No entendía de tratados ni de política, pero las intrigas de su convulsa época le convirtieron en un juguete roto, culpable de su solo nacimiento. Cruel e insospechado destino para un príncipe. Igual Napoleón no andaba muy desencaminado cuando soltó aquello de "Fue pura vanidad lo que causó la Revolución Francesa; la libertad fue sólo un pretexto".






jueves, 1 de septiembre de 2011

Seguir remando

En ocasiones uno se pregunta si elige o recibe. Me explico: ¿hasta qué punto somos prisioneros de nuestras decisiones? o, dicho de otra forma, ¿el destino ya está escrito por mucho que nos empeñemos en cambiar las cosas?

Es que en los últimos días parece que únicamente tengo la sensación de que todo hay que lucharlo muchísimo y de que en esa dedicación no te van a poner las cosas sencillas. Que hay demasiados intereses enfrentados y cuando ya te tocan tu propia dignidad es cuando acabas saltando; porque está claro que cuando te pones demasiado blando siempre va a haber alguien que intente aprovecharse de ello.

Por eso, siento envidia de toda esa gente a quien aparentemente le marchan fenomenal las cosas. Sin ir más lejos, hace días asistí a una boda de un amigo y era innnegable la suerte (buscada o no) que él ha tenido. En nada el Jose de entonces se parece al de hoy, que parece vivir en una nube por obra y gracia del fundador de Meetic. Y así es la vida, igual un golpe de fortuna hace que te sientas el hombre más feliz del mundo o un golpe de mala suerte te convierte en una persona que se marcha casi para el otro barrio.

En cualquier caso, la vida se compone sobre todo de pequeñas cosas que van sumando en el termómetro de la felicidad. Nos enquistamos con asuntos que a veces no deberían tener la más mínima importancia o hacemos saltar las alarmas antes de tiempo. Igual es esto lo que me pasa de un tiempo a esta parte, que me cuesta valorar lo bueno y me obsesiono con cosas que lleva muchísimo tiempo conseguir, vete tú a saber...

Pero te pones a veces a remar y ves que no llegas a vislumbrar el final. Y que además te encuentras bastante lejos de la orilla para poder pedir auxilio cuando lo necesitas, una orilla que por cierto cada vez ves más lejana. Y sí, necesito algo de aire en esa lucha constante, algo que me haga ver el paisaje de otro color y que saque lo mejor de mí. A veces sueña uno con encontrarlo e incluso crees que estás cerca de poder alcanzarlo, pero no es más que un espejismo veraniego porque, aunque te esmeres, siempre tienes la sensación de que te falta esa pizca de suerte cuando ya has dado todo de ti.

Será que soy un iluso. Tengo una capacidad asombrosa de pasar de la pena más absurda a la alegría más injustificada en sólo cuestión de unos segundos, así soy yo. Pero habrá que seguir remando, que en este festival somos mucha gente y de momento mi humilde barca no ha sufrido daños que no puedan ser reparados. Barcas más rotas he visto y siempre salen a flote.