viernes, 29 de septiembre de 2017

Media vida

En este blog tan personal suelo hablar de cine, deportes, actualidad o viajes que he podido disfrutar, pero no creo recordar una sola vez en la que haya centrado mi discurso en alguien en concreto. Y es curioso, sobre todo conociéndome como me conozco (valga la redundancia), pero eso está a punto de cambiar dentro de escasos segundos.

Me explico. Allá por el verano de 1997 andaba bastante despistado. Mi mente nunca ha sido nada maravillosa y tras un curso inmaculado y una Selectividad poco brillante mis pasos se dirigían a estudiar una carrera de Letras. Geografía, Historia del Arte o Historia a secas eras las tres opciones y fue la última la que iba a escoger después de un verano que apenas recuerdo y unas Fiestas Patronales de mi ciudad donde había podido recobrar el brío perdido a mi juventud tras año y pico de sinsabores personales. Porque el caso es que acababa el mes de septiembre y llegaba a Valladolid con cierta resaca festiva, osease, con más labia de la habitual, y este aparente nimio detalle iba a resultar clave en la historia que paso a narrar.

Ir a Valladolid suponía la primera vez que estudiaba fuera de casa. Y se abría ante mí un paisaje distinto -geográfico, humano, mental-, un nuevo mundo de posibilidades que iba a modificar mi manera de ser y mi manera de comportarme. Los años de Universidad -fueron 6 en total- lograron moldear mi personalidad y aquella "salida del cascarón" supuso el germen de lo que ahora mismo soy a mis treinta y pico años. Pero en esa eclosión la figura de B -el protagonista de este relato- iba a resultar decisiva y ciertamente fundamental.

Conocí a B en la segunda clase del primer día de Universidad, un 29 de septiembre de 1997, por la mañana. Ahora sé que no actúo de esa manera bajo ningún concepto, pero aquel día (y los muchos que vinieron detrás durante aquel 1º de Historia) me puse la mar de pesado. Porque abusé de cierto atrevimiento y me cambié de mesa para presentarme ante aquel tipo solitario que había visto entrar por la puerta de clase. Lo que nunca he tenido claro es la razón que me llevó a ello. Misterios del universo. Cada uno que saque sus propias conclusiones.

Y aquel lunes fue el inicio de una relación de amistad que al principio anduvo a trompicones. Yo no dejaba de ser un pesado que requería atención y B no dejaba de comportarse a veces como un borde, pero el entorno (los amigos de clase, fundamentalmente) ayudó a que todo tornara hacia una conexión especial manifestada en tantos y tantos momentos a lo largo de los años sucesivos dentro o fuera ya de las aulas. Porque aquello es lo que racional o irracionalmente estaba buscando con ahínco desde el principio.

Supongo que yo a B logré aportarle muchas cosas. De buen grado de él adquirí esa pequeña afición que mantengo por las bandas sonoras, me entretengo viendo los partidos del Atleti y, lo más importante, ha logrado influir en determinada medida en mi personalidad. Para que os hagáis una idea de lo importante que ha resultado ser, 2005 supuso un triple salto en mi devenir vital, que no hubiera sido posible de ningún modo sin esa amistad de acero de la que estoy hablando. Y en esas estamos ahora porque de vez en cuando echo una mirada al pasado y me doy cuenta de que conocer a B ha trastocado, espero que para bien, toda mi vida desde que era un joven de 19 años.

El curso 97-98 y el posterior están grabados en mi memoria con un marco de oro. Aquellos días fueron nuestros particulares tiempos de gloria. Las partidas de futbolín o a la máquina de fútbol suplantaban de vez en cuando a las clases aburridas impartidas por tediosos profesores. Éramos unos críos y fuimos madurando en responsabilidad con el paso de los años, extendiendo nuestra relación de amistad fuera de clase. Acabamos el periplo universitario y el enemigo de quedar todo en una vieja amistad estudiantil estaba a las puertas, pero supimos dar continuidad a todo lo que nos unía pese a los kilómetros que nos separaron aquellos primeros años. Después llegó seguir viéndonos casi a diario, las cenas de Navidad, los cafés a mitad de mañana, más bandas sonoras, los veranos musicales en Úbeda, su boda, su piso, mi piso, su niña, nuestro imborrable encuentro en Viena con James Horner... Tantos y tantos instantes irrepetibles y compartidos a los que hemos podido dar continuidad con el trascurrir de la vida.

Ahora siento que no soy el mismo de hace veinte años. Que he cambiado en muchísimas cosas casi sin percatarme de ello, con al misma invisibilidad con la que se me cae el pelo o a otros les invaden las canas. Teniendo la vida ante mis ojos y pese a la distancia geográfica que ahora me separa de B valga la comparación de que a estas alturas no hay iceberg que pueda llevar esto tan especial que nos une a la deriva. Por eso, a día de hoy no cabe otro sentimiento que el del orgullo por haber compartido tantos buenos momentos y durante tantísimo tiempo con una persona que sé que siempre está ahí aunque nos amenace la tormenta perfecta, sin ánimo de resultar exagerado. Tal día como hoy únicamente puedo decir a B y aunque no me esté leyendo ¡GRACIAS POR ESTOS 20 AÑOS DE AMISTAD!