domingo, 29 de noviembre de 2015

Tambores de guerra


Ni de Francia, ni de Mali, ni de Túnez (cuando yo iba a EGB se llamaba Tunicia)... Con la bandera de ninguno de estos países teñí la foto de mi perfil de Facebook estos últimos días. No hizo falta, porque creo que todos en nuestro sano juicio nos escandalizamos ante la ola de salvajismo terrorista que nos acecha de manera global.

El terrorismo internacional es la mayor amenaza con la que ha hecho acto de presencia este nuevo milenio. Desde los atentados de Nueva York en 2001, pasando por el de los trenes de Madrid en 2004 o Londres al año siguiente, hasta desembocar por supuesto en París este mes de noviembre. Sé que no son los únicos y sí los más mediáticos, sobretodo porque nos pillan más cerca, pero convendría no olvidar que hay muchos países en otras latitudes del globo que conviven en su día a día con este nuevo mal, carcomiendo su cultura y su constreñido régimen de libertades desde hace ya muchos años. 

Algo hemos hecho mal los países desarrollados para que la mayoría de las naciones de Oriente Medio y del norte-centro de África se hayan convertido en terrenos irrespirables. Los sonrojantes motivos no justifican de ninguna manera la masacre de París, pero deben hacernos reflexionar por qué hemos llegado a este punto de amenaza a nuestras instituciones y a nuestras libertades. Tenemos que pensar qué intereses económicos han podido alimentar desde hace tiempo este tipo de embriones de fanatismo debido al empobrecimiento y el abandono de muchas naciones como moneda de cambio a intereses que son del todo partidistas y lucrativos. 

Miedo, terror, pánico social. Son solo algunos de las diversos sentimientos con los que estos días deben convivir los parisinos o los ciudadanos de Bruselas y sus turistas. Todos sabemos que no es justo, pero si hay algo que ha ido inflándose poco a poco ha acabado por explotar en nuestras propias manos y en nuestra propia casa. Me gustaría saber qué lleva a un inmigrante de origen musulmán de segunda o tercera generación a radicalizarse y viajar a Siria o Iraq, a abrazar postulados totalitaristas y a ser capaz de poner punto final a su vida a través de un chaleco-bomba, sesgando de manera cruel la vida de muchísima población inocente. ¿Tan poco vale la vida para esta gente? ¿Tan abandonada por su sociedad puede sentirse una persona para dejarlo todo por una mentira que no le va a llevar al Paraíso? Todo esto de lo que hablo me dirige al sistema educativo, que igual no ha sido lo suficiente atento e integrador como para poder evitar situaciones que se repiten a día de hoy por casi toda Europa. Y, siendo justos, no me queda otra que pensar que este ambiente de paranoia con el que empezamos a convivir en Europa es lo que esta gente joven, intolerante e irracional está buscando a través de su mal llamada Guerra Santa. Quieren que estemos desesperados.

Y ahora, ¿qué solución cabe? ¿Hay que bombardear el Estado Islámico? Desde luego que las posibles medidas de intervención militar deberían ir acompañadas de otra serie de medidas que no podemos dejar en el tintero de ninguna de las maneras, toda vez que es imposible el diálogo con facciones tan diversas y escurridizas que no se atienen a ningún tipo de ley ni razón. La labor de los sociólogos, psicólogos y educadores, como decía, debe ser importante desde este momento en el Viejo Continente. Pero, ¿y la función que desempeñan  internet y las redes sociales? El mundo virtual de la red de redes no puede ser un ámbito opaco donde los grupúsculos mafiosos o ultrarreligiosos campen a sus anchas captando de manera sencilla a jóvenes desorientados en cualquier lugar del mundo. Si hay que poner coto se tendrá que hacer y creo que hasta ahora se ha mirado hacia otro lado. Por no hablar tampoco de su sistema de financiación y sus recursos petrolíferos, pues el Estado Islámico es capaz según parece de vender sus golosos recursos a aquellas naciones que considera enemigas. Entonces, ¿qué es lo que hemos estado haciendo mal?

Ignoro qué es lo idóneo en este momento. La nueva tecnología militar puede conllevar intervenciones militares de manera controlada. Pero la colaboración internacional se puede hacer desde muchos ámbitos configurando un amplio abanico de medidas. Debe ir parejo a lo que estoy contando: una reflexión sobre los errores que se han cometido hasta el día de hoy  y un compromiso firme y decidido de la coalición internacional con todos sus ciudadanos y con la erradicación de todo fanatismo de origen laico o religioso venga de donde venga.

No es momento de buscar culpables ahora sino de actuar y reflexionar a la vez. Cada día de titubeo es un día perdido. Pero de ninguna de las maneras podemos pensar que hay que "cerrar el grifo" a la inmigración y menos aún a la que procede de los países en guerra (los refugiados). Europa debe actuar unida ante una amenaza global que acecha sobre su ideario de democracia y libertad, sin segundas intenciones que valgan, con una sola voz. Y esa decisión es el único antídoto ante una amenaza que nos afecta a todos, seamos franceses, belgas, británicos o españoles. 

Y, por cierto, un pequeño apunte. Aún debemos aprender bastante los españoles de una sociedad como la francesa. Se me antoja bastante poco probable que el ejemplo de unidad e identidad que los franceses están demostrando al mundo se hubiera dado de la misma manera a este lado de los Pirineos en una situación similar. Quien quiera pensar, que piense. Yo ahí lo dejo.