jueves, 16 de julio de 2020

Interpretar la Historia

Por fortuna y aunque nos parezca mentira, no solo de noticias en torno al coronavirus vive el habitante del mundo. Y es que, pese a lo intrincada que se ha vuelto la situación sanitaria a nivel tanto nacional como internacional, también han tenido lugar otros acontecimientos que han quedado inevitablemente en un segundo plano informativo.

Uno de los asuntos que entran en ese escalafón es la explosión de un movimiento iconoclasta que ha tenido lugar en diversos lugares de América y también de Europa (a España parece que aún no ha llegado con la misma fuerza). Se caracteriza por la pretensión de derribar aquellos monumentos o recuerdos erigidos en honor de personalidades de un pasado más o menos lejano en el tiempo. Algunos son descubridores o conquistadores, también los hay que fueron dirigentes políticos (gobernadores, reyes...) o incluso benefactores y promotores de la economía, las ciencias o las artes.

Ira desatada contra las estatuas de Cristóbal Colón en Estados ...
Vivimos un tiempo de revisión continuada. Y a ciencia cierta que ello no resulta tan novedoso: el mundo siempre ha cuestionado los acontecimientos del pasado, que la mayor parte de las veces nos enseñaban que eran irrefutables o incontestables. La historia no es tan perfecta como se nos ha hecho ver, tiene muchos matices. Siempre ha habido momentos para censurar los tiempos pretéritos, como ocurrió en la Francia de la Revolución, que entre sus preceptos estaba el hacer tabla rasa de todo lo que recordara al periodo de absolutismo monárquico anterior. Y así en todas las naciones a lo largo y ancho de los siglos.


Pero esa reinterpretación de la Historia que algunos tratan de imponer ahora no nace desde un verdadero conocimiento de lo anterior. Desde luego que no desde un punto de vista sosegado. Nos creemos con la suficiente autorización para juzgar el pasado con los ojos del siglo XXI, desde nuestro mundo de valores moderno, superior y evolucionado. Nos permitimos el lujo de exigir a una persona del siglo XV o del XVI que tenga la misma compasión por el débil que la que podemos mostrar hoy en día, obviando que la Historia se escribe desde una ecuación de pugna constante donde siempre hay unos que dominan y otros que resultan dominados y, por cierto, casi nunca de manera consciente. Cada individuo no deja de ser producto del tiempo que le ha tocado vivir, con sus ataduras y todas su injusticias, por supuesto.

La clave del asunto estriba en que la gente que se amotina para echar abajo un monumento conmemorativo hacia una persona (hombre, casi siempre) no está juzgando el pasado sino que lo que lleva a hacerlo es su frustación con un presente o un futuro que no le gusta y que quiere modificar. Y como no puede, piensa que algo podrá contribuir a base de gestos, cuales derribar un busto o una estatua con toda su ira y desde luego sin miramientos.

Es preocupante que en nuestro tiempo no sean los historiadores quienes "nos cuenten" la historia, o más bien, que los ignoremos. Y son los políticos u otros agentes de la sociedad quienes, frecuentemente a través de la red social del pájaro (pero no solo ella), y como delante de un enfurecido altavoz, tratan de dar lecciones de lo que es moral o inmoral, bueno o malo, reinterpretando los hechos históricos a su antojo y además con sumo convencimiento y tratando de imponer su visión sesgada a los demás. Y qué duda cabe que sus impresiones van a llegar a más gente que las que pueda tener un curtido catedrático de Historia.

Hechos como la censura a una película como Lo que el viento se llevó por mostrar, según se ha dicho, valores "inapropiados" o "justificar el esclavismo", son inconcebibles y muy negativos, porque obliga a pasar por el tamiz de la corrección política a todas las creaciones artísticas o intelectuales de otro tiempo. Es una nueva censura. Lo mismo sucede cuando pretende instaurarse la moda de poner notas aclaratorias a los monumentos o a cualquier creación artística para no sentirnos cómplices de un pasado que a menudo nos sonroja. En este sentido, creo que nuestra sociedad va por muy mal camino porque eso nos infantiliza.

La Historia es pasado; no se puede modificar. Se interpreta y no se juzga, está ahí. En cambio, podrá servir para que fabriquemos las baldosas del sendero del futuro y evitar que lo negativo amenace con volver a repetirse o, lo que es peor, a destruirnos.