jueves, 5 de junio de 2014

La abdicación, una cuestión de vida o muerte

Anda todo el mundo revolucionado estos días. Y es que en España no nos habíamos visto en otra igual desde hacía como 150 años. Aquella vez se produjo la última abdicación de un monarca reinante en nuestro país; el "honor" recayó en Amadeo de Saboya, aquel duque piamontés que sin apoyos e incapaz de apaciguar a un país convulso decidió renunciar a su cargo y regresar con precipitación a Italia mientras se proclamaba aquí la Iª República.

El lunes pasado muchos se levantaron con la noticia de la abdicación de Juan Carlos I y desde ese momento se sucedieron las especulaciones acerca de los motivos que le han llevado a tomar tal decisión. Habría que advertir primeramente que la abdicación de un monarca es un hecho poco frecuente en nuestra historia, pues no es nada habitual que un monarca "lo deje" antes de morir, así que la sorpresa fue la reacción principal entre el ciudadano de a pie.

Presumiblemente cierta incapacidad física debido a las numerosas operaciones de estos últimos años y, en especial, el hundimiento de la popularidad de la institución monárquica, han sido los dos motivos fundamentales para proceder a la abdicación. Pero, ¿hay algún otro motivo que nos estamos perdiendo? ¿algún elemento que ha precipitado los acontecimientos? Si lo hay, supongo que acabaremos por enterarnos antes o después. Pero en el discurso del monarca que siguió al anuncio de Rajoy se esgrime como la clave "la necesidad de dar paso a otra generación más acorde con los tiempos que estamos viviendo". Y puede que esa sea otra razón de peso.

El príncipe Felipe se nos presenta como un individuo muy preparado, con una ya dilatada experiencia como representante de su padre y gran conocedor de los problemas que atañen a la sociedad del s.XXI. Un hombre moderno e inteligente del que aún está por ver los cambios que pueda dar a la institución que está a punto de liderar. Personalmente no espero demasiados, pero creo que puede venir bien una cara fresca y popular ante los escándalos que han salpicado a la Familia Real el último lustro y que todos de sobra conocemos. El rey no estaba del todo limpio de culpa y especialmente el affaire Urdangarín ha sumido a la Corona en un desprestigio que ha contribuído sobremanera a avivar la desconfianza y las voces que proclaman un cambio de régimen. De cualquier forma, espero que este relevo no sirva como estrategia para taponar definitivamente todo el escándalo que atañe a los duques de Palma, del cual no se sabe a ciencia cierta la influencia que ha podido tener la figura de D. Juan Carlos como posibilitador de los negocios de Iñaqui Urdangarín. Yo no confío mucho en la Justicia, pero espero y deseo que este acontecimiento no influya para nada en la tramitación del proceso judicial.

¿Y ahora qué? En condiciones normales y pese a todo lo poco democrático que resulta que la jefatura del Estado se transmita por herencia, la transición debe ser tranquila. Pero en la España del 2014 hay tantos problemas que la propia Monarquía está siendo mirada con lupa, ahora ya más cuestionada que nunca. No creo que unas elecciones europeas con un incipiente repunte de partidos más a la izquierda que el Socialismo sean un argumento sólido para pedir un Referéndum, así como tampoco la alusión a un posible final del Bipartidismo, sostén como pocos de la figura del soberano (aunque no sólo el clan PP-PSOE apoya la Monarquía).

No veo racional tampoco juntar peras con manzanas en esta cuestión y puede que la forma que queremos dar a la Jefatura del Estado no sea algo tan importante como los muchos problemas y necesidades que tiene nuestro país y que le han hecho bajar unos cuantos escalones en el termómetro del bienestar social y del desarrollo. Eso sí que es primordial, eso sí que merece la máxima atención. Pero dedicarnos ahora a santificar la figura de un monarca es tan injusto como demonizarla y creo que hace falta algo de sosiego a la hora de valorarla en su justa medida.

Sacar a relucir el debate Monarquía vs República puede que no sea lo más apropiado en estos momentos. A modo de apunte contamos con el detalle de que la clase política está enormemente desprestigiada y mucha gente no quiere que ahora mismo otro político se haga cargo de la misma. ¿Sería Aznar, sería González, sería Zapatero? Tampoco iba a cambiar mucho la cosa y no tenemos que olvidar que la figura de un pte. del Estado tiene fundamentalmente una función moderadora.

No sé hasta qué punto debemos cuestionarnos la institución monárquica, que fue sancionada por la Constitución. Se oye decir que mucha gente no la quiere porque no la votó, que las nuevas generaciones no votaron la Constitución del 78. ¿Pero debemos someter a votación una ley tan fundamental con el paso de una generación a otra? Si nos ponemos así entonces igual deberíamos cuestionar otras cosas que refleja la Carta Magna. ¿O más democrático es que se sancionen unos fueros territoriales en un país donde supuestamente todos somos iguales, aludiendo exclusivamente a determinantes históricos? La Monarquía no es lo único que desprende olor a naftalina en nuestra Constitución y parece que de esas otras cosas se pasa un poco por alto. Espero haberme explicado bien...

El Parlamento no puede aferrarse con cerrazón a no introducir mejoras dentro de la Constitución del 78. Ésta no puede convertirse en un elemento inerte y desfasado ajeno al correr de los tiempos, por supuesto que no. Pero igual habría que abogar por no olvidar que aquella Constitución que a veces tanto se cuestiona y todo el estado de Derecho español fueron fruto de un trabajado consenso, de sacrificio por parte de la mayoría de fuerzas políticas y sociales de este país. No podemos olvidar de dónde venimos y todos los obstáculos que tuvo la nación durante décadas para llegar a ser lo que es hoy. Todo el mundo tuvo que ceder (unos más que otros, bien es cierto), pero no podemos obviar que lo que nos separa no es más que lo que nos une. No me gusta la jacobinización de cierta parte de la sociedad, tampoco el arribismo de otra, pero no debemos perder nunca la perspectiva del tiempo. España pasó una Guerra Civil y décadas de oscura Dictadura, incluso antes infinidad de momentos de desencuentro e inestabilidad política y social como para ahora enredarnos en descalificaciones y pensar solamente que cada parte tiene la verdad absoluta en cuanto a este tema.

La Corona, con el nuevo rey a la cabeza, necesitará imperiosamente modernizarse en aras de la claridad y la transparencia. Ponerse al nivel de las que hay en el norte de Europa donde esta institución está completamente controlada por el Estado. El ciudadano necesita saber a qué se destina su dinero. Todo lo contrario, y más ahora con el caso Noos, supondrá socavar su tumba. Esa es la única solución que tiene Felipe ante el clima de crispación general en el que se haya el país. Y a buen seguro no le va a quedar otra opción.