miércoles, 1 de mayo de 2019

Compás de espera


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Las elecciones del domingo (tranquilos, que en nada aquí tenemos una segunda vuelta...🙈) aclararon bastante el incierto panorama ideológico y político de nuestro país. España ha votado moderación y ese, como primer punto, es un gran y feliz detalle. 

Dentro de la fragmentación que se preveía, es justo reconocer que el Partido Socialista ha conseguido un resultado encomiable, mérito de un Pedro Sánchez que ha compuesto, entre el juego cruzado de ruido y furia, el discurso menos iracundo y catastrofista de todos los candidatos. Pedro Sánchez tenía grandes hectáreas para agigantar la hegemonía que le otorgaban las encuestas. Ha logrado apropiarse de varias parcelas en perjucio de su flanco izquierdo, Podemos (lo de Unidas lo obvio por exceso de postureo), ha conseguido movilizar al abstencionismo y también ha echado el anzuelo a los desencantados con la deriva personalista y desaforada de Ciudadanos, gente moderada y progresista que en el pasado podía votar al PSOE antes de la crisis que negó Zapatero.

Así pues, el tablero político español queda de la manera que sigue: una izquierda aglutinada en torno a Pablo Iglesias e Irene Montero (matrimonio a lo Perón), bastante venida a menos, por cierto; un PSOE fortalecido que ha sabido acaparar voto propio pero también ajeno gracias a su mayor sentido de Estado y su discurso apaciguador; un Ciudadanos que consigue un buen resultado (sin sobrepasar al PP ni lograr largar a Sánchez de la Moncloa, desde luego), pero derechizado con respecto a las últimas elecciones generales; y un PP de Casado herido de muerte y arrastrado por el discurso totalitario de VOX, que emerge sin la fuerza que casi todos los medios anunciaban. Pero VOX está ahí y ahora con altavoz y voto en nuestro Parlamento. Les toca trabajar, a ver qué hacen...

En los dos debates electorales pudimos comprobar que lamentablemente hacer oposición es hacer el juego sucio al Gobierno, que la lucha por los votos entre los dos principales partidos de la derecha era titánica, que Pablo Iglesias triunfó travestido de una aleación de cura obrero y padre de la Constitución y que Pedro Sánchez no estaba dispuesto a bajar al barro pese al sonrojante bazar que se había instalado en el atril de Albert Rivera.

Bueno, ahora viene lo importante. ¿Ahora qué? Me temo que nada... al menos en un tiempo, hasta que pasen las elecciones de finales de mayo. Desde luego que a Pedro "el bello", como acaban de llamarle en algún periódico extranjero de manera un tanto chocante (y no sé si jocosa), no le interesa moverse de la baldosa donde se haya ni le conviene modificar el discurso. Solo al PP parece interesarle verdaderamente que las cosas cambien. Mucho se juega Casado ante  la presión de VOX y Ciudadanos, que le han comido la tostada que hasta hace más bien poco saboreaba tranquilamente desde la terraza de Génova 13.

Es muy probable que, sintiéndose fortalecidos, a los socialistas les interese gobernar en minoría con necesarios apoyos puntuales. Su alianza con el partido morado y un numeroso abanico de pequeños partidos más en el fondo puede ser un tanto imaginaria. Lo más plausible sería una alianza con Ciudadanos que les daría la mayoría absoluta. Pero no es el PSOE (pese a los gritos de repulsa de su exaltada feligresía) quien ha puesto un cordón sanitario a un acercamiento entre los dos partidos que debieran haber luchado por el hasta ayer mismo olvidado centro ideológico. Lo ha hecho Rivera y su muy discutida mimetización con el Partido Popular más radical en años.

En este sentido, el viraje de Ciudadanos hacia los postulados propios del PP, arrastrado este a su vez por la irrupción de VOX, ha dejado en el olvido a aquel partido regenerador que era propenso a llegar a pactos "a izquierda y derecha" con un discurso transversal, capaz en definitiva de alcanzar acuerdos para la estabilidad de los diversos gobiernos. Un partido liberal y de progreso en el que mucha gente confió visto el panorama tan desolador de nuestra clase política. No queda nada de aquello ante el personalismo de Rivera y Arrimadas, el discurso inamovible (y monotemático) del problema catalán, su ofrecimiento al PP a cambio de nada, su imposibilidad para distanciarse de inmediato de VOX, la falta de credibilidad entre lo que anuncia y luego hace, su olvido de los asuntos del día a día (no todo es la unidad nacional) y, por último, su oportunismo ante lo que van reflejando las encuestas. Si Ciudadanos conservara una pizca de sentido de Estado y no se creyera tanto que es el primer partido de la oposición (sus acusaciones a Sánchez de traidor no se sostienen) lograría algo que siempre sale de boca de sus dirigentes: que los nacionalistas no condicionasen la política española por una vez en Democracia. Si Sánchez y Rivera suman, ¿qué mas motivos tiene Albert para no pactar con Pedro? Este nuevo Ciudadanos vive muy cómodo en el discurso maximalista y en la confrontacíón, pensando que eso le va a generar votos con facilidad; el interés de la nación... es otra historia. Ya se lo decía el propio presidente en funciones la semana pasada: Rivera, ¡qué desilusión! Suscribo.

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